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La Montaña Oriental Leonesa

Historia

INTRODUCCIÓN


    Hay quien describió la historia como una sucesión sucesiva de sucesos sucedidos sucesivamente, y la frase no es del todo desacertada si  la usamos únicamente en el contexto de la definición del término; sin embargo resulta ambigua si la aplicamos a los contenidos de la propia historia.

 

    La presencia humana en la Montaña de Riaño es tardía en relación con otros espacios al norte y sur de la Cordillera; la razón es simple, ya que durante los periodos glaciares el área fue un inmenso casquete polar por encima de la cota 1800, quedando por debajo de esta cota, además de las lenguas glaciares, que en algunos valles del norte descendieron hasta la cota 800,  una franja cubierta por nieves perpetuas, así como otra amplia zona inferior sometida a unas condiciones climáticas inhóspitas, temperaturas bajas, acompañadas por  vientos gélidos que imposibilitaron el desarrollo de cualquier tipo de vida, ya sea de tipo vegetal o animal.

 

    Los diferentes trabajos desarrollados sobre el fenómeno glacial en Picos de Europa poco pueden aportar a la hora de entrever en qué momento los pasos entre ambas vertientes de la Cordillera quedaron expeditos, posibilitando con ello el tránsito de personas. Lo que sí han determinado los distintos trabajos, geología, arqueología, paleobotánica, etc., son los efectos que sobre el medio tuvo la fase final de la última glaciación denominada Würn. Conforme a estos trabajos se puede observar que desde finales del Paleolítico Inferior hay un aumento progresivo de las temperaturas y de la humedad, lo que facilita la creación de las masas boscosas que van ascendiendo en cota  a medida que mejora el clima. El estudio de la industria lítica también revela un camino paralelo al desarrollo del medio; es obvio si tenemos en cuenta que para explotar este nuevo espacio se necesitan nuevos útiles, siendo esto más evidente a partir del Paleolítico Medio, en el que se manifiesta un avance significativo tanto desde el punto de vista tecnológico, como en cuanto al  número y la variedad de herramientas utilizadas.

 

PREHISTORIA


    Pero centrándonos ya en la historia de nuestra Montaña, si hubiera que elegir alguna o algunas palabras que definieran la definieran, serían sin lugar a dudas, lucha y control. Lucha y control  porque éstos son dos vocablos que podemos encontrar y sentir en cada una de las continuas y distintas etapas por las que nuestra historia  ha pasado en el transcurso de los 12.000 años en los que el hombre ha estado presente en esta Montaña.

monolito

    Esta lucha tiene su comienzo, conforme a las dataciones de los distintos yacimientos  estudiados en la Comarca, en los instantes finales del Paleolítico Superior, fase Aziliense, y principios del Epipaleolítico, primera fase del Mesolítico, en plena época tardiglaciar.

 

    El yacimiento de La Uña, Cueva del Burro, situada sobre un rellano en la confluencia de los ríos Valagar y Riosol, es el que cuenta con una mayor antigüedad: en torno a 16.000 años antes de nuestra Era. Otro yacimiento, Cueva del Espertín, en la cuenca del río Orza, entre Cuénabres y Casasuertes, datado hacia el -7.900 reúne las mismas tipologías; las diferencias con lo hallado en la Cueva del Burro no son muy significativas, y únicamente en la industria lítica podemos encontrar rasgos diferenciadores. Estos rasgos se hallan principalmente en la aparición de microlitos de formas triangulares y trapezoidales.

 

    En ambos casos se trata de grupos nómadas de cazadores-recolectores provenientes de la cara norte de la Cordillera que aprovechaban las estaciones calurosas para la recolección de frutos y merodear los cazaderos a orillas de los ríos, retirándose hasta cotas más bajas con la llegada de los fríos. Los resultados de las prospecciones llevadas a cabo en ambas cuevas nos describen de manera excepcional el paisaje y la fauna de este periodo prehistórico.

cueva

El análisis de los fuegos han aportado importante información sobre la foresta de los bosques, distinguiéndose 7 especies arbóreas: avellanos, castaños, pino silvestre, madroños, enebros y dos especies de roble. En cuanto a la fauna, los restos hallados nos permiten conocer con detalle su actividad  tanto cinegética como recolectora.

 

Se cazaban preferentemente todos los ungulados: venados, cabra montés, jabalí, rebeco y corzo, apreciados por su carne y por el aprovechamiento tanto de su piel como, en su caso, por las astas, de las que se fabrican otros utensilios. Además también aparecen restos de otras especies de escaso valor alimenticio, pero de gran importancia por el valor de su piel como osos, lobos, zorros, liebres, gato montés y pequeños mustélidos.

 

    El periodo Neolítico es la fase de la prehistoria que menos yacimientos presenta; hasta el momento tan sólo conocemos dos enclaves en los que se ha llevado a cabo algún tipo de prospección: la ya mencionada Cueva del Burro en La Uña, en la que en un nivel superior al ya mencionado apareció un enterramiento llevado a cabo en el -4.000, y  El Corón de La Puerta, en el que tras un reconocimiento sobre el terreno se observaron restos de lo que pudiera ser un cantera pre-neolítica. En el caso de La Uña, dada la relación de las gentes neolíticas con sus difuntos, pudieran ser los primeros indicios de asentamientos de población continua en la zona.

Túmulo 1 Acebedo (5)

    La Edad de los Metales está bien representada en el espacio de la Montaña; son muchos los asentamientos localizados, y en la mayoría de los casos se han llevado a cabo algún tipo de investigación. La tipología de estos asentamientos está claramente ligada a prácticas ganaderas; los espacios elegidos en las fases más tardías son las majadas, para según avanza el periodo ir descendiendo hasta situarse en las laderas próximas al llano, asentamientos estos ya englobados en la denominada cultura castreña.

 

A las primeras fases se corresponderían lugares como Vegabaño, Surbia y Jían en Sajambre; Dobres, en Valdeón o Los Nabares y Prao Escobio en Acebedo, Muñenes en Polvoredo, mientras en las etapas finales los asentamientos se localizan a lo largo de toda la geografía de la Montaña: “Peña Castiello” en Vierdes; “La Corona” en Ribota; “El Castro” en Santa Marina de Valdeón; “ El Trascorón” y “El Castillo” en la Uña, “La Corona” en Acebedo; “La Corona” y “Castilluengo” en Maraña;  “El Castiello” en Burón; “La Torre” y “El Castro” en Riaño; “El Castro” en Salio; “Los Castros” en Prioro; “Valdecastillo” y “La Canalina” en Morgovejo;  Argovejo; Cigüera;  Valdoré; “El Castro” en Verdiago;  “Castrillón” en Ocejo de la Peña; “La Cildad” en Sabero; “Las Coronas” en Santa Olaja de la Varga, etc.

 

    El control del espacio a partir del Neolítico tiene una gran importancia, hasta el punto de que los asentamientos al final del periodo prehistórico presentan una “parcelación” que guarda un estrecho paralelismo con los límites de los pueblos actuales. Por otra parte, e igualmente al final del periodo, se hace necesaria la defensa de estos espacios y es durante la II fase de Edad de Hierro cuando los Castros comienzan a contar con defensas como murallas y fosos, caso de Sabero o Acebedo. No parece que la lucha por la posesión de la tierra fuera entre vecinos; probablemente se deba a la inestabilidad creada por la continua entrada por el norte de la península desde el -800 de grupos empujados desde el norte de Europa  en busca de nuevos territorios en donde asentarse.

 

LAS GUERRAS CÁNTABRAS


    La presencia de Roma en Cantabria, unido a la existencia del pueblo Vadiniense, pone el "glamour" a la historia de nuestra Montaña. Si nos atenemos a la interpretación de las fuentes clásicas, resulta que estas aportan más dudas que afirmaciones, sin embargo la información  arqueológica, en especial las lápidas, resulta de suma importancia.  Por primera vez se visualiza un área territorial con una identidad claramente definida, étnica y culturalmente, un espacio "administrativo" de carácter indígena que comprende el Valles del Sella y del Esla en ambas vertientes de la Cordillera como eje norte-sur, al este el límite aparece a orillas del Carrión y al oeste los valles del Porma y del Curueño, con la frontera sur marcada por las últimas estribaciones del macizo cantábrico.

 

Cantabros

    El estudio de las Guerras Cántabras se ha visto envuelto en especulaciones sobre la localización de algunos de los lugares mencionados y a día de hoy algunos de estos emplazamientos siguen siendo desconocidos. Son numerosos los Castros de la Comarca en los que se han hallado restos del periodo, pero ninguno de ellos tiene la suficiente capacidad ni estructura como para haber sido escenario de estos episodios. La toponimia no aclara nada, si acaso confunde,  y la única aproximación a estos territorios es la descripción geográfica de los escenarios, geografía, que, no olvidemos  es común a toda la Cordiller.

mapa cantabria  

    En cuanto a los Vadinienses, además de originar valiosa información también suscita algunas incógnitas. De las 9 tribus que componen el pueblo Cántabro, 7 desaparecen completamente del mapa de la historia tras las guerras, menos los Orgenomescos y Vadinienses, precisamente las tribus del oeste del territorio cántabro, que en el caso de los Vadinienses, lejos de desaparecer, mantienen intacto su territorio y su organización indígena durante al menos cuatro siglos más, hasta la entrada en la Edad Media. Todo esto teniendo en cuenta que los textos clásicos son explícitos en cuanto a las actuaciones de Roma con los vencidos; acabadas las guerras, a los hombres en edad militar se les cortan las manos, a otros se les venden como esclavos, otros escogen el suicidio, madres que matan a sus hijos antes de que caigan en manos del enemigo etc. Lápida Liegos (3) Maisontine

 

Sin embargo los Vadinienses no parece que corrieran ninguna de estas suertes, y ya en el siglo I aparecen formando un cuerpo del ejército, una Alae de la legión, con presencia en su propio territorio.

 

   No menos enigmática es la desaparición de su presencia étnica a partir del siglo IV, fecha en la que se han datado sus últimas estelas funerarias. Si es cierto que a través precisamente de las lápidas se describe un proceso indiscutible de romanización, pero pudiera haber otros motivos, caso de la religión, que explicaran el cambio en sus prácticas funerarias.

 

LA  ALTA  EDAD  MEDIA

ÉPOCA  VISIGODA


    Los primeros periodos de la Edad Media, siglos V y VI, son tiempos de oscurantismo documental, de la historia de España en general y de nuestro ámbito en particular. La finalización del dominio romano, el fin del valor de la ciudadanía romana, supone una convulsión general en todo el Imperio, y la península no es ajena a estos cambios. Sólo alguna crónica, la de Hidacio, con información muy generalista, nos muestra la crudeza de aquellos tiempos de invasiones germánicas en el noreste de la península, a las que sigue la entrada, primero temporal y luego definitiva del pueblo Visigodo a mediados del siglo V. A diferencia de Roma, que sólo buscaba la explotación de los recursos, la lucha en este caso se establece por la tierra; estos “invasores” son pueblos expulsados de Centroeuropa en busca de un espacio nuevo donde establecerse.

 

Ducado_de_Cantabria

        Documentalmente volvemos a tener referencia relativa a la cornisa cantábrica a finales del siglo VI: Cantabria, que hasta entonces parece disfrutar de cierta independencia, contando con su propio gobierno (entre sus legisladores se mencionan a los “senatus”  cántabros), es atacada por los Visigodos.  En el año 574 Leovigildo sitia y reduce a los cántabros en Amaia, hechos que recogen las Crónicas de San Juan de Biclara y San Isidoro, ambas en el siglo VI y la de San Braulio en el VII.

 

    En cuanto al Ducado de Cantabria, su nacimiento es probable tuviera lugar durante el reinado del rey Visigodo Ervigio (680-687), ya que, dada la inestabilidad del reino, éste accede a conceder cierta autonomía a las regiones del norte de península. Aunque se encuentran numerosas notas sobre su territorialidad, estas son aisladas y producen discrepancias entre los historiadores a la hora de fijar los límites del Ducado. De especial interés es el comentario del Manuel Risco en su disertación sobre Cantabria en el que apunta que el Duque de Cantabria Pedro,  es Señor de la Liébana y Valdeburón, aunque al no mencionar las fuentes que le llevan a tal afirmación, ésta queda en una simple conjetura.

 

El Ducado de Cantabria es en sí mismo un enigma, su nacimiento, sus límites, su grado de independencia y hasta su desaparición.

 

LA  MONTAÑA  Y  EL  REINO  ASTUR


    Se ha detectado tanta falsificación en las Crónicas que describen los acontecimientos sucedidos en torno al nacimiento del nuevo reino, que hace que sea una cuestión de fe el creer en ellas. La mayoría de estas crónicas son escritas en siglos posteriores, XII, y muchas son copiadas unas de otras. Por suerte todas o casi todas conservan los detalles, esos que no son importantes a la hora de resaltar a las personas ni a las instituciones.

 

  Atendiendo a estos detalles, el escenario de los hechos acaecidos se sitúan en torno al año 718 en las zonas central y oriental Picos de Europa. Sea el lugar que fuere dentro de este entorno, lo relevante es que Pelayo, de filiación desconocida, es elegido princeps en reunión de concejo, título e institución de carácter indígena, lo que indicaría que a principios del siglo VIII aún quedaban reminiscencias prerromanas en la zona oriental de la antigua Cantabria.

 

     La presencia árabe en la montaña está bien atestiguada, no sólo por los numerosos topónimos existentes, cueva del moro, pico moro etc., de tipo arqueológico, reocupación de algunos castros, Burón, Riaño etc., sino que además se puede documentar está presencia hasta el año 866. Según el cronista Al-Maqqari, los árabes controlaron los valles del sur de la cordillera para impedir la expansión hacía la meseta del nuevo reino. Dos son las batallas entre astures y árabes que se sitúan en el área Cistierna-Valdeburón. La primera habría sido en tiempos del rey Fruela (757-768), la batalla de Pontuvio o Pontunio en las laderas del puerto de Pontón, de la que la leyenda dice que intervinieron los ponganos (Concejo de Ponga), desde la majada de Arcenorio. La segunda tuvo lugar a orillas del río Donna (Dueñas), entre Lois y Las Salas en torno al año 853, en la que Purello, origen de la familia Flaginez, derrotó a los árabes, siendo premiado por Ordoño I con la confirmación de las presuras realizadas por tierras de Valdoré y Verdiago.

 

CRISTIANIZACIÓN  Y  EXPANSIÓN  DE  LA IGLESIA


    El tema de la penetración del cristianismo en el área de la montaña es de momento desconocido; el motivo no es otro que la falta de documentación al respecto. La única reseña conocida es la carta de San Braulio, obispo de Zaragoza, al senado Cántabro, a principios del siglo VII; en ella, el santo alude sobre las consecuencias de la negativa de éstos a abrazar el cristianismo. Esta misiva no sabemos si se refiere a toda Cantabria o si por el contrario hubo zonas en las que los emisarios del santo sí llegaron a establecerse.

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    Lo que sí sabemos sobre iglesias en el corazón de la Montaña es que, aproximadamente 10 años después de la victoria de Purello, Sisnando, monje de la Liébana, recibe el encargo de levantar las iglesias de Crémenes, Aleje y Verdiago, que se encontraban destruidas, probablemente como consecuencia de la invasión árabe. Estas iglesias, semidestruidas, como mínimo hubieron de ser levantadas durante el siglo VIII, fecha, que por otra parte, coincidirían con las levantadas en el vecino Valle de la Liébana.    

El pajar del diablo02

    Respecto a la expansión de la iglesia, en documentación, nos encontramos en parecida situación. Por un lado, conocemos que la expansión del reino astur comenzó durante el reinado de Ordoño I (850-866), siguiendo un mismo patrón, conquistar un territorio, asegurarlo mediante defensas militares, para posteriormente colonizarlo e industrializarlo, iglesias, molinos, forjas etc. También se conocen las primeras disposiciones del nuevo reino en materia fiscal, “subvenciones” de terreno a quienes colonizaran nuevos espacios, o espacios no utilizados por la población local, y que a falta de una aristocracia fuerte, este papel fue asumido por la iglesia, en algunos casos a modo particular.

 

LA BAJA EDAD MEDIA

LA LUCHA POR EL CONTROL DE LAS RENTAS


    Por primera vez se puede ver claramente en la Montaña algo parecido a la política, resultado de la aplicación de medidas de tipo jurídico-administrativas a los territorios colonizados. La documentación concerniente a los inicios de este periodo es más amplia, aunque en su mayoría contenga documentos de compraventa, cesiones y permutas. Entre finales del siglo IX y el X se mencionan la inmensa mayoría de los pueblos actuales: Aleje (853), Verdiago (853), Corniero (853), Lois (933), Siero (940), Riaño (945), Barniedo (966), Éscaro (970), Vegacerneja (973), Remolina (976), etc., así como otros que en el transcurrir de los siglos fueron abandonados y acabaron por desaparecer: Monticiello, en las proximidades de Verdiago (949), Gargallo, en las cercanías de Riaño (952), etc.

 

    En el apartado del control juridico-administrativo la información aportada contribuye a conocer la manera en la que se administró el territorio. En los momentos iniciales, esta intervención recayó sobre aquellos que recibieron terrenos como méritos de conquista por medio de presuras; dos personajes, de origen asturiano, parecen dominar nuestros Valles, Vermudo Núñez, Conde del Cea, con posesiones en Valdeburón, Riaño y cuenca del Cea, y los Flagínez, con su patrimonio centrado en el Valle de Lois y el área de Crémenes, en donde ambos recaudan impuestos e imparten justicia.

 

    A finales del siglo XI se ponen en marcha la Tenencia, por la que el rey  cedía una determinada demarcación para su tutela. Los tenentes generalmente eran nombrados entre familias pertenecientes a la nobleza y al clero, de quienes dependían las tareas de gobierno, jurisdicción y la recaudación de los gravámenes para el rey; en definitiva las bases del feudalismo.

 

    A partir del siglo XII las tenencias se van tornando en señoríos, que son los encargados de la articulación del territorio en todas sus facetas: social, jurídico, político, económico y militar. En la Montaña existieron los Señoríos jurisdiccionales, ya fueran de tipo realengo, que no podían ser enajenados; eclesiástico y el de la nobleza. Estos señoríos llegaron a alcanzar un estatus de mini-estado, con una nómina de funcionarios, elegidos por el señor, entre los que se encontraban jueces, escribanos, merinos, y alcaldes. La presión de la nobleza en todos los ámbitos, sobre todo en aspectos fiscales hace que a finales de la Edad Media las protestas antiseñoriales se plasmaran en el fortalecimiento de las behetrías, otra forma señorial, pero en este caso dependiente directamente del rey. Valdeburón, Sajambre, Valdeón y Aleón son ejemplo de este nuevo orden, en el que son los vecinos los que eligen a sus autoridades civiles, judiciales y militares, puestos que son refrendados directamente por el rey. El resto de la montaña queda bajo jurisdicción señorial en gran medida, Riaño, Tierra de la Reina, Valdoré, Alto Cea; con pequeñas islas de tipo secular: caso de Crémenes o Santa Marina de Valdeón.

 

LA EDAD MODERNA

LA LUCHA  EN  TODOS  LOS  FRENTES


    La debilidad de la monarquía, carente de estructura de “estado”, hace que ésta para afianzarse, necesite de los Señoríos que cada vez ostentan más poder. La documentación correspondiente a este periodo, sobre todo en sus inicios, da muestra de intensa lucha de nuestros Concejos por mantener sus prerrogativas y derechos de sus terrenos comunales, hasta el punto de endeudarse con el fin de buscar el amparo de la justicia.

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    Aparecen relacionados con esta Comarca las grandes familias de la época: Los Marqueses de Prado, señores de Valdetuejar; Los Tovar, señores de Tierra de la Reina; los Osorio a la sazón Marqueses de Astorga; Los Guzmanes, que gobernaron el Condado de Valdoré, y que, por traicionar a la corona, perdió sus posesiones a favor del Duque de Uceda; los Quiñones; la Casa Tábara y Aliste, dominadora de Riaño, La Puerta y Salio; los señores de Valverde, descendencia de los Tovar, etc., todos con las mismas intenciones: ampliar sus posesiones y con ello su poder.

 

    La presión de los Señores contra los concejos se llevó principalmente desde dos frentes, por un lado la violencia, como en el caso de los Tovar contra la Merindad de Valdeburón, confrontación que tuvo tintes bélicos, o los atropellos de los señores de Prado en tierras de Mental y Tejerina. Por otro lado, el impositivo, ante la defensa a ultranza de los Concejos, lo más recurrente fue el intento de ahogamiento de los mismos mediante el cobro de forma abusiva de todo tipo de impuestos.

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    El principal recurso de los Concejos eran los ingresos provenientes de  La Mesta; el alquiler de los puertos altos para los rebaños trashumantes reportaba grandes beneficios y esto despertaba la codicia de los Señores que, una vez tras otra, se encontraban con sentencias que daban la razón a los Concejos en cuanto a la propiedad de los terrenos comunales. Aún así los grandes Señores lograron mediante todo tipo de amenazas, sino poseer, sí participar en los arriendos de algunos puertos, caso de Los Tovar en Valverde de la Sierra (Aguasalio), Villafrea (La Rasa), Barniedo (Magánaves) Siero (Picones) o Portilla de la Reina (Bobias, Mostajal); o los Prado, en el alto Cea, además de puertos en Anciles y Llánaves.

 

    Si bien ni por la fuerza, ni por la justicia, pudieron lograr lo pretendido, los Señores feudales intentaron la asfixia económica a fin de obligar a negociar a los Concejos la cesión o venta de terreno comunal, gravando a las comunidades con todo tipo de impuestos. El principal de ellos eran las Alcabalas, un impuesto perteneciente a la corona sobre todo aquello que se vendía, el cobro de este impuesto lo llevaban a cabo los grandes Señores, que percibían por ello una comisión. Además de este impuesto se aplicaban otros también de carácter señorial como las Penas de Cámara, por los delitos cometidos; Martiniega, en reconocimiento del dominio del señor; la fonsadera, para los gastos de la guerra; humazga, por cada chimenea; la  luctuosa, por defunción; Millones, por el vino, vinagre etc.; Portazgo, por usos de las vías; Yantar, para cubrir los viajes de Señores; etc., A estos impuestos hay que sumar aquellos que además había que pagar a la iglesia, no exenta de avaricia, como los diezmos, un tanto por ciento tanto del ganado criado como de lo recolectado por cada vecino; o las Primicias, impuesto para la sustentación de la iglesia parroquial.

 

    Ésta presión fiscal que causó pobreza y miseria, tuvo muchas repercusiones en la Montaña, pero no lograron su fin: derrotar a los Concejos, aunque el precio pagado resultó demasiado alto. Internamente, en los Concejos, se desató la lucha entre Hijosdalgo y Pecheros, ya que sólo los segundos pagaban impuestos, y que estuvo a punto de romper la armonía de las aldeas. Muchos pueblos se fueron despoblando hasta desaparecer al no poder hacer frente a tanto gasto, y los episodios de violencia contra los “depredadores” fueron creciendo, hasta el punto de haber sucesos luctuosos, como la muerte de  un  arcipreste o algún recaudador real.

 

    El descubrimiento de América y las riquezas que ello trajo consigo, poco a nada repercutieron en la Montaña. Este acontecimiento supuso un fortalecimiento de la monarquía a partir de mediados del periodo, librándose de la necesidad del apoyo de la nobleza, hecho que debilitó parte de la presión sobre los Concejos, pero no el impositivo, ya que rey tras rey, ante tantos dineros y poder, sufrieron delirios de grandeza y se enredaron en guerra tras guerra, unas veces defendiendo derechos de sucesión y otras, las más, creyéndose la mano derecha de dios, luchar por la defensa del cristianismo; en esta tesitura se luchó contra Portugal, Francia, Inglaterra, Flandes, Italia, para acabar en plena orgía de poder, ocupando el mismísimo Vaticano y utilizando su iglesia como caballerizas. Todo ello no contribuyó a mejorar el bienestar de sus vasallos sino a empeorar, ya que el costo de estas guerras obligó a continuas depreciaciones de la moneda agudizando aún más el problema con hambrunas y las consecuencias de estas, pestes y otras enfermedades que dejaron una profunda huella en la demografía del reino.

 

    Al final del periodo, estalla la guerra civil con motivo de la sucesión del último rey de la Casa Habsburgo al morir este sin descendencia, las hostilidades acaban con la llegada de los Borbones a la Corona Española. El resultado al final del periodo es la bancarrota, la ruina económica, por primera vez el estado suspende pagos.

 

  La nueva dinastía  supo designar a sus ministros, los primeros fueron administradores franceses, que diseñaron un nuevo orden, sentando las bases de un estado moderno. Por primera vez la administración dependería directamente del estado y sería atendida por funcionarios con demostrada capacidad y preparación,  a los que se les asignaría un sueldo y la posibilidad de ascender en función de sus méritos, todo ello enfocado a acabar con la corrupción arraigada durante los reinados de los Habsburgo.

 

 

    A la par se pusieron en marcha otras medidas: se organiza el territorio en provincias; se acomete una reforma fiscal, haciendo más equitativo el pago de impuestos. Se limitó el papel de la iglesia recortándole el poder fiscal y jurídico que había ostentado durante más de 600 años. Los Señoríos fueron perdiendo preponderancia, algunos pasaron a manos de la monarquía. En materia de educación  el avance fue significativo posibilitando la creación de nuevos centros. Se puso en marcha una política de infraestructuras que fomentaron y mejoraron las vías de comunicación favoreciendo con ello el comercio. La justicia da un paso importante con la obligación de ejecutar las sentencias.

 

    Estas nuevas políticas, con continuidad en los siguientes monarcas, tuvieron un rápido reflejo en el ámbito de la Montaña; se construyeron puentes, Pedrosa del Rey, Boca de Huérgano, los primeros de piedra de Mansilla de las Mulas hacía arriba;  se suprimieron definitivamente los portazgos, que percibían Guardo  y Cea por el paso de mercancías, ambas medidas ponen de manifiesto la importancia que adquirieron las vías de transito a través de la Montaña como paso de mercancías desde la meseta hacía los puertos de Asturias; se desamortizaron los bienes de la iglesia, que durante siglos habían acaparado tierras, producto de concesiones y donaciones; estas propiedades fueron adquiridas en parte a título privado, y en parte por los Concejos, que ampliaron sus terrenos comunales, sirva como ejemplo Prioro, que adquirió Mental, o Burón que hizo lo propio con el monte de Pontón (1807). Todas estas medidas, en su conjunto contribuyeron a que por primera vez se pueda observar en la Comarca un atisbo de progreso.

 

LA EDAD CONTEMPORÁNEA


    La Edad Contemporánea tiene su inicio con la Revolución Francesa y la llegada al trono del Emperador Napoleón en 1789. Este acontecimiento hizo temblar a las monarquías de toda Europa, que de la noche a la mañana se vieron desposeídas de su aura divina. En 1808 las tropas francesas invaden el país sin apenas encontrar resistencia, el panorama no podía ser más desalentador; una monarquía en descredito y con muchos enemigos de puerta para dentro, iglesia, nobleza;  un ejército mal organizado, desmotivado, mal pertrechado y una falta total de mandos. El vacío de poder creado hace que en las provincias se constituyan Juntas de Defensa de tipo local, coordinadas por la Junta Provincial, encargadas de organizar la resistencia.

 

    La Merindad de Burón, en primera instancia, crea una de estas juntas, a la que se irán sumando los demás pueblos de la Comarca. Ésta Junta asume poderes tal como el de reclutar soldados y cobrar impuestos con que equipararlos. En la primavera de 1809 las tropas francesas, acuarteladas en Guardo, invadieron la Montaña en busca del General Porlier que había sido derrotado en de varias escaramuzas, pero que consiguió ir escapando para ocultarse en la Montaña.  A primeros de abril las tropas francesas entran en Boca de Huérgano y Pedrosa del Rey en busca de los insurgentes, al no conseguir su propósito, como medida de represalia quemaron los dos pueblos. Burón es el siguiente pueblo en sufrir las iras francesas, que como los anteriores, también fue arrasado por el fuego; finalmente los franceses se retiraron sin haber logrado dar  caza a la partida de Porlier. Hasta su marcha de la zona, después de 1812, los franceses perpetraron otras entradas en el corazón de la Montaña, aunque la violencia no alcanzó los niveles de 1809, limitándose a pedir cantidades de dinero, caso de Oseja de Sajambre o Portilla de la Reina.

 

    El panorama al acabar la guerra de la independencia era de total desolación, si el siglo había empezado con malas cosechas, causando hambrunas y enfermedades de las que aún la Montaña no se había recuperado, el costear la guerra había puesto a los Concejos al borde del abismo, hubo que hacer frente a los abastecimientos de las tropas de la Junta de Defensa, a las de la  partida de Porlier y a los propios franceses, cereales, carne, vino, tocino, hierba, etc.

 

    Una vez restablecido el orden, la política nacional toma nuevos derroteros, la disolución de los Señoríos en 1811 y la aprobación en 1812 de la primera Constitución “La Pepa”,  ofrecen un cambio cualitativo en el panorama nacional. En mayo de 1814 se aprueba la división provincial de León en once partidos judiciales entre los que se encuentra Valdeburón, que agrupa unos 179 pueblos. La nueva Constitución, de talante liberal, sufrió más de una suspensión, hasta su puesta en marcha de forma definitiva en 1836. Por razones que se desconocen, en 1836 se decreta el Partido Judicial de Riaño en detrimento de Valdeburón, se especula, que los motivos de dicho cambio fueran la desconfianza de Valdeburón a aceptar la pérdida de la configuración territorial de la Merindad y por ende de sus derechos.

 

    Poco duro la paz en esta Montaña, de nuevo en 1836, la Comarca vuelve a ser escenario de una nueva contienda, las guerras Carlistas, el detonante, una nueva disputa dinástica tras la que se escondía un enfrentamiento entre liberales, partidarios de Isabel II, y antiliberales o absolutistas que apoyaban a Carlos V de Borbón. Esta guerra, dividida en tres fases, se inicio en 1833 y duró hasta 1876 con varios periodos de paz entre ellas.

 

     Si bien desde el primer momento los Ayuntamientos y demás autoridades de la Comarca se mantuvieron fieles a la causa liberal, los carlistas contaron con las simpatías de parte del pueblo llano y en especial del estamento clerical, resentido de la política desamortizadora de los bienes de la iglesia realizada por Mendizábal.

 

    Dos son las acciones armadas de cierta importancia que tienen lugar en la zona, amén de varias partidas que pulularon por la Comarca a lo largo del periodo de guerra, siendo las últimas allá por 1875. La primera en el verano de 1836 cuando tropas  liberales del ejército de Espartero dan alcance a las carlistas del general Gómez en las inmediaciones de Torteros en donde se libra la batalla. Las fuerzas carlistas son desmembradas huyendo en varias direcciones; un grupo, con Gómez a la cabeza se retira hacía Sajambre, mientras que otros acosados continúan luchando, primero a las puertas de Burón y más tarde en los alrededores de Maraña. El acoso de Espartero evito de los carlistas se reorganizaran y estos, una vez llegados a Cangas de Onís tuvieron que volver sobre sus pasos por Beza a Valdeón y huir por la Liébana. 

 

    La segunda operación se desarrolla en 1869 en el área de Prioro y Monteviejo y tiene como protagonista a Belanzategui, que fuera Alcalde de León, quien partiendo de Astorga con algunos voluntarios encabeza un levantamiento dirigiéndose hacia la Montaña vía Sabero, a medida que avanza se le van uniendo voluntarios de la Comarca riañesa entre los que se encuentran algunos curas como el de Anciles o El Roblo, en total llegó a contar con 180 hombres. Acorralado en Prioro intenta huira través de Monteviejo en donde es alcanzada su retaguardia, finalmente  el grueso de la partida fue alcanzado a la salida de Besande.

 

    Bien podríamos decir que la puesta en marcha de las políticas liberales, a partir de segunda mitad del siglo XIX, incluso en plenas guerras carlistas, acercan la “civilización” a la montaña; carreteras con nuevos trazados, escuelas, bibliotecas y demás servicios públicos dejan bien situada esta Comarca a las puertas del siglo XX.

 

Texto y fotografías: Miguel Valladares.