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La Montaña Oriental Leonesa

Economía y demografía

La Montaña Oriental Leonesa es un amplio territorio (más de 200.000 Has.) marcado por lo abrupto de su orografía y la dureza de sus inviernos. No obstante, la presencia humana ha sido continua al menos desde el Neolítico, según indican los diferentes registros y yacimientos prehistóricos e históricos.

 

Clanes y tribus prerromanas sobrevivieron en torno a Vadinia hace más de 2.000 años, aprendiendo a utilizar los recursos con que contaban, pero también realizando saqueos a otras tribus más sureñas en los años de escasez. Del carácter guerrero de los vadinienses y de su apego al territorio que ocupaban dan buena cuenta las crónicas romanas de la época en que el Imperio trató de instalar su régimen en la zona en busca de comunicación con la costa y de los recursos naturales existentes, básicamente oro y madera.

 

La orografía jugó siempre un papel militar importante para estas tribus, pues de su conocimiento, junto con el empleo de técnicas de guerrilla, los pobladores de estas montañas se convertían en un enemigo difícil de combatir, incluso por grandes ejércitos bien instruidos como el de los romanos.

 

El entorno de los Picos de Europa también juega un papel fundamental en la época conocida como la Reconquista, iniciada sin conocimiento del resultado final por D. Pelayo, un caudillo que, aprovechando una vez más el conocimiento del territorio, obtuvo una serie de victorias militares contra el control administrativo musulmán establecido en la zona a comienzos del siglo VIII, derivando posteriormente y a lo largo de ocho siglos, en la expulsión de “los moros” y el establecimiento de una unión de reinos que, de una manera u otra, acabó por conformar más o menos lo que en la actualidad se conoce como España.

 

Durante la alta Edad Media y la Edad Moderna conviven en la zona poblaciones de realengo y de señorío, siendo especialmente relevante la Merindad de Valdeburón dentro de las primeras. Un territorio de hombres libres que abarcaba los concejos de Sajambre, Valdeón, Burón, Maraña y Alión (valle del Dueñas) que sólo respondían de sus actos ante Dios y ante el Rey, no sirviendo a ningún señor feudal y siendo libres para elegir su propio representante, el merino. Esta estructura organizativa impregnará la vida social de esta parte de la Montaña desde finales del siglo XII hasta el siglo XIX, siendo única en el Reino de León y diferente al resto de las merindades existentes, dado su carácter democrático basado en las asambleas concejiles. El final de la merindad llega con la reforma territorial realizada por Javier Burgos en el año 1837 y que supuso la división de España en provincias.

 

Las sucesivas guerras del siglo XIX (Independencia, carlistas…) convirtieron la Montaña en un lugar donde buscar combatientes de reconocido valor y ardor guerrero, pero produciendo mermas demográficas importantes a lo largo del tiempo.

 

Es también la época en que comienza la explotación de los minerales que las montañas encierran en sus entrañas, principalmente el carbón que debía abastecer la industria siderúrgica vizcaína, comenzando la explotación de las minas de Sabero, donde se establece uno de los primeros altos hornos de España, y continuando con la apertura de minas en otras zonas como Besande y el entorno de Valderrueda.

 

La breve historia de la minería industrial en la zona traerá consigo el fortalecimiento de algunos núcleos de población, pero será flor de un día, ya que, tras pocos años de explotación durante los que la población abandonó la ganadería y la agricultura, vendría el cierre de las minas a partir de los años 70, lo que sumado a la tendencia generalizada de ese momento de abandonar los pueblos para instalarse en los grandes centros industriales y urbanos, supondrá un auténtico batacazo demográfico para buena parte de la Montaña.

 

Pero por si esto fuese poco, las dos zonas de la Montaña Oriental a ambos lados del Puerto de las Señales, verían como pendían sobre sus cabezas sendas espadas de Damocles en forma del aprovechamiento de sus grandes recursos hídricos: los embalses de Vegamián y Riaño.

 

La construcción de estos embalses supuso el revés definitivo a las expectativas de desarrollo que prometía el final del siglo XX, especialmente en el lado del Esla, donde la cabeza de comarca, Riaño, quedará sepultada bajo decenas de metros de agua, dejando desvertebrada, tras una de las agonías sociales más lentas y traumáticas que se conocen en Europa, una de las comarcas con mejores perspectivas de futuro de toda la Cordillera Cantábrica.

 

Los programas de desarrollo social y económico derivados del ingreso de España en la Unión Europea tardaron en llegar, dado que la estructura política y administrativa del Estado de las Autonomías también se estaba desarrollando tras cuarenta años de dictadura franquista y había muchas otras zonas con mayor influencia política que había que atender.

 

Con un sector agroganadero en retirada y sin reemplazo generacional, los últimos cinco años del siglo XX llegan con programas de desarrollo centrados en el turismo de interior que no obtienen los resultados esperados ante la debilidad y envejecimiento poblacional, estando la mayor parte de la Montaña Oriental, ya en 1997, en el mismísimo límite de densidad demográfica mínima necesaria para afrontar cualquier proyecto de desarrollo con visos de éxito.

 

Tras todo este tiempo de vicisitudes, la merma demográfica y la progresiva disminución de los aprovechamientos tradicionales agroganaderos, la Montaña Oriental forma parte hoy de la Gran Cantábrica, exhibiendo algunos de los biotopos más singulares, pero donde los desequilibrios naturales derivados de la disminución de los aprovechamientos tradicionales de sus pobladores son palmarios, pues se trata de una zona montañosa donde históricamente sus pobladores han aprovechado todos los recursos que el medio ofrecía para subsistir: pastos, leñas, madera, caza, agua o piedra, exprimiendo dichos recursos al máximo con el único y estricto límite de su renovación periódica y no agotarlos jamás, registrándose por escrito, a través de numerosas ordenanzas concejiles, dicha limitación de la que dependía la supervivencia de ganados y ganaderos, quedando para la fauna silvestre sólo aquellos recursos de difícil o imposible aprovechamiento. Es decir, se parte de una situación en la que los pueblos formaban una pieza más del ecosistema, si bien era la que más presión ejercía sobre él, pero manteniendo la biodiversidad en unos márgenes superiores a la natural del entorno, aunque a costa de mantener la vida silvestre en unas densidades artificialmente pequeñas, pero en armonía con el uso del territorio.

 

El abandono de los aprovechamientos tradicionales supone una ruptura del equilibrio que durante siglos había regido las relaciones recíprocas entre los pueblos y su entorno, quedando ahora la mayor parte de la producción forestal fuera del ciclo de aprovechamiento humano e integrado en el ciclo natural, produciéndose las alteraciones propias de un reajuste materializado en un tiempo demasiado breve para que el medio natural pueda engranar sus ciclos sin resultados traumáticos